Como suele ocurrir, después de las navidades es probable que muchos tomen conciencia de que (este año sí): “Hay que establecer una rutina de ejercicio desde el principio”. Para mí, 2017 ha sido uno de esos años. Tras un 2016 en el que me había dejado un poquito, cogí el toro por los cuernos y desde enero decidí probar con un entrenamiento personal.
A mediados de enero, ya sí que sí, empecé la primera semana de entrenamiento personal. Debo reconocer que contemplaba esa primera semana con relativo temor (hace años hice crossfit y era consciente que las primeras semanas son las más duras), y no me equivocaba: agujetas como en mi vida (y, repito, en su día hice crossfit). Tanto es así que, después de mi primer entrenamiento orientado a las piernas, llegué a estar 6 días andando con molestias y con la difusa idea de que, tal vez, me había roto algo. No fue así ni mucho menos, simplemente era que el plan que contrate llevaba implícito tantear hasta donde se me podía exigir, algo así como cuando vas con una lesión al médico y este te palpa hasta que en una de esas te duele: debíamos comprobar en esa semana cuánto era capaz de soportar con el fin de elaborar un plan adaptado a mi resistencia. Es sacrificado sí. Sin embargo, dos semanas después ya estaba enganchado a esa sensación de satisfacción que se le queda a uno después de un exigente entrenamiento donde el único rival es uno mismo.
Varias semanas después, me doy cuenta de que entrenamientos que al principio eran muy duros y no apetecía por nada del mundo tener que afrontar, los repito ahora en su variable más hardcore (con más repeticiones, más kilos, y más rondas) y sufro la mitad que al principio, claro síntoma de que, en efecto, con Vein Fit he llegado al objetivo que concretamos.
José Luis San Martín Álamo.
Cliente Vein Fit